El mapa del Gran San Miguel de Tucumán está casi repleto de puntos rojos. Son las marcas de las zonas con casos de dengue a las cuales los agentes sanitarios deben ir para intentar frenar el avance del mosquito Aedes aegypti, que transmite la enfermedad. Es una tarea desgastadora, que se hace de lunes a lunes, casa por casa. En cada patio hay un potencial foco de contagio. Deben inspeccionar, buscar los recipientes que puedan tener larvas del insecto y, además, concientizar a los vecinos para que no acumulen agua. Muchas veces los escuchan; otras, les cierran la puerta en la cara.

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Es un problema cultural, repiten a menudo los agentes. Desde febrero, cuando empezó la epidemia en Tucumán, han realizado cientos de operativos desde el Ministerio de Salud de la Provincia, desde la Brigada de Vectores de la Nación y también los municipios y comunas.

A pesar de que la participación comunitaria es un elemento clave en la lucha contra el dengue, es difícil lograrla. A esa conclusión llegó Andrea María Lascano, médica generalista y epidemióloga, quien hizo un estudio cualitativo luego de ganar la beca Salud Investiga 2021-2022, del Ministerio de Salud de la Nación.

El trabajo, llamado “Participación comunitaria en salud”, tuvo como población objetivo a los vecinos de Tafí Viejo, y es un aporte para el diseño e implementación de políticas públicas para la prevención de enfermedades transmitidas por el Aedes Aegypti, detalla.

¿Cuál fue el resultado de ese trabajo? “La conclusión es que no hay políticas públicas que contemplen la participación social como un actor indispensable. Todas las políticas son paternalistas. Y la participación autogestiva de la gente es poca”, explica Lascano, que pasó días entrevistando personas para su investigación.

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Que las políticas sean paternalistas, según la experta, significa que no se involucra a los miembros de la comunidad en la toma de decisiones ni en las soluciones: “se va directamente con las supuestas soluciones cuando se puede y quiere”.

Lo que se debería hacer, según dijo, es propiciar la participación en la organización de las acciones, y que la comunidad pueda proponer y resolver sus problemáticas con el acompañamiento del Estado.

¿Por qué cuesta tanto que la comunidad se involucre?, le consultamos. “Hay muchas necesidades insatisfechas, personas viviendo en condiciones de extrema vulnerabilidad. No se puede pretender participación si no tienen agua, comida, trabajo. Hay prerrequisitos para la salud, decía Ramón Carrillo”, apunta.

Esa es de algún modo la explicación de por qué en la actual epidemia, el mayor porcentaje de los casi 20.000 contagios se han registrado en barrios vulnerables del área metropolitana, especialmente en la capital. “El dengue es una enfermedad grave en países pobres”, remarca la profesional, que fue referente del Programa Provincial de Dengue y actualmente se desempeña en la Policlínica de Tafí Viejo.

Desde el Instituto Superior de Entomología de la Facultad de Ciencias Naturales de la UNT, la investigadora Giselle Rodríguez remarca: “si bien el dengue no discrimina por estrato social, la urbanización desordenada con habitantes en situación de hacinamiento genera susceptibilidad ambiental. Los sectores socioeconómicos más vulnerables son los sectores más expuestos porque presentan deficiencias estructurales que permiten el libre acceso a estos mosquitos y también por que no tienen servicios básicos de saneamiento, como el acceso al agua potable o recolección de desechos”.

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Para los expertos, no hay dudas: una buena parte de la comunidad no participa en la lucha contra el dengue porque no está motivada; tiene otras prioridades más apremiantes.

Contagios

Cuándo comienzan a bajar los casos ¿Cuándo se da por terminada una epidemia? La epidemióloga Andrea María Lascano explica que un brote se da por terminado 30 días después de que se notifica el último caso. “Cuando los días son más frescos, no disminuyen inmediatamente los contagios. Hoy hay muchos casos de gente que fue picada hace 15 días cuando teníamos más calor y lluvias”, remarcó. “El descenso en la temperatura, si es sostenido, hace que bajen los casos, pero los efectos recién se ven desde los 15 hasta los 30 días”, concluyó.